sábado, 13 de abril de 2013

Instrucciones de uso del contenedor de almas

Hoy voy a hablar de un asunto muy desagradable: los e-book. Porque los e-book son algo así como si el alma existiera de verdad pero sólo la tuvieran los libros, y tú fueras al Carrefour y te compraras un lector de almas donde pudieras llevarlas todas, las de tus amigos, las de tus conocidos, las de las personas a quien odias (un amigo tiene Mein Keimpf en el suyo), y además ese alma fuera realmente inmaterial, no como el alma cristiana, que es un cuerpo mágico (del país de la piruleta como diría Homer) pero que pesa 21 gramos según González Iñárritu.
No señor, estas almas se pueden duplicar hasta el infinito sin perder su cualidad de alma, como la hostia consagrada, que se parte en todos los pedazos que uno quiera y siempre son el mismo cuerpo (recuerden este símil cuando grite “el e-book es la hostia”), y por eso el cura cuando acaba el sacramento limpia a conciencia el copón. Y es que llevar tantas almas en el bolsillo te llena de responsabilidad. Vas por ahí como cuidando una fila de niños de parvulario en la que están Dostovievsky, Joyce y Cervantes en pequeñito, cabezones y diciendo todas esas incoherencias de los niños, pero en forma de verso o de frase interminable. El caso es que el aparato entra en el bolsillo, no como esas ediciones llamadas de bolsillo, con el lomo pegado de mala manera, que a la segunda que lo lees se te cae en las manos (preguntad a mi ejemplar de The Humbling, de Philiph Roth). ¿Quién fue el estafador que se inventó esa etiqueta de libro de bolsillo? Quizás sus bolsillos sean como mi cabeza, pero a mí en los míos no me cabe ninguno, ni en los pantalones ni en el abrigo. Mucho menos un volumen como El nombre de la rosa, que es casi tan ancho como profundo (en el sentido real del término). Podrían haberles llamado libros de mochila, que sería más acertado, pero entonces no habría ninguna diferencia con una edición de lujo. También habría estado bien llamarlos libros de usar y tirar, pero entonces nadie los compraría: verían la edición de bolsillo a 9 euros y la normal a 18 y dirían ¿para qué voy a dilapidar 9 euros si puedo invertir 18? Así que de momento, e-book 1 libro de bolsillo 0.
Ahora viene otro interludio poético (tengo que dejar de leer a Henry Miller): dicen que un rey persa recibió un regalo de unos enviados de Egipto. Eran unos documentos que no venían presentados en formato papiro habitual, sino cortados en partes y cosidos en un lomo. Debía ser un ejemplar muy lujoso, para el que se sacrificaron un rebaño de cabras y se invirtieron horas en decoración (es que los libros de antes eran más caros que ahora, calculo que alrededor de 1 euro más caro). El caso es que el rey persa recibió aquel ejemplar con cierta cara de asco y preguntando qué era.
—Es un libro, alteza.
Lo observó, pasó las páginas y lo más inteligente que se le ocurrió fue:
—Pero esto acabará con la literatura. Entre página y página la gente se aburrirá y abandonará. No soportarán la espera.
Y yo en general veo que los argumentos que se esgrimen en contra del libro electrónico son casi todos así, y los defensores del libro tradicional pasan por alto deliberadamente (o no, si no han probado un e-book en serio) los aspectos más novedosos, que creo yo que suponen la verdadera revolución. Entre los argumentos que considero no validos están:
A) el aspecto de un libro en las manos. El olor, el tacto sedoso de las páginas. ¿No pesa el e-book? ¿No tiene peso y forma? ¿No huele a aparato electrónico recién desembalado?
B) Las estanterías, que visten mucho. Yo no compro los libros para forrar paredes. Ni tampoco por su color para decorar, como mucha gente. Un grupo consolidado de libros de la misma temática dispuestos en orden siempre crea un espacio caótico y poco “decorativo”. Las fotos de revistas de decoración eligen los libros por su color, no por su contenido. Si no, haced la prueba. No conozco ninguna estantería de un lector que tenga un aspecto bonito. Además está el tema del espacio, que se acaba, y el de las mudanzas: la primera vez que se me ocurrió llenar una maleta con mis libros decidí que también sería la última.
C) Los marcapáginas. Esto más que un argumento a favor, debería serlo en contra.
D) Puedes abrir el libro por cualquier página al azar. Supongo que con una mínima actualización de software y lo que se conoce comúnmente como voluntad política se podría solventar este problema. Pero da que pensar el hecho de que los e-readers no lleven esta opción todavía, con lo barato que sale incorporarla. Quizás no sea algo tan útil.
E) Da dolor de cabeza. Eso es efecto placebo. Los e-readers se fabrican con tinta electrónica. No tiene pantalla retroiluminada lo que significa que despide la misma luz que cualquier libro. De hecho, los libros que no tienen páginas con acabado mate o que están impresos con una tinta brillante (léase los caros libros de Akal música), emiten más luz que cualquier e-reader.
Aún así sí que considero que algunos de los argumentos que se esgrimen a favor del libro tradicional están fundamentados, pero no son aspectos en los que la mayoría de los lectores se suelen fijar:
A) El e-book no tiene formato. Eso es completamente cierto. En el fondo un e-book tiene la misma estructura (y lenguaje) que una página web. Es un texto plano con código que se adapta a todos los dispositivos. Por un lado permite seleccionar texto en dispositivos táctiles, cambiar el tamaño de letra o la fuente, aspectos impensables en un libro en papel, pero por otro pierde las cualidades de una edición cuidada. Normalmente la estructura de capítulos, las sangrías de párrafo y los saltos de línea se mantienen, pero no la proporción adecuada entre el peso de la fuente, el interlineado, la justificación del párrafo (que en los libros impreso sigue un protocolo diferente al que usa Word o un navegador web), y a veces el uso adecuado de negritas, cursivas, versales. Esto parece superfluo, pero un diseño editorial cuidado es una obra de arte —la verdad es que en España escasean las buenas ediciones. Es habitual gastarse 20 euros en una edición de lujo de una novela y que la maquetación deje mucho que desear porque usa tipografías de andar por casa o poco adecuadas. No hablemos del diseño de la portada que suele ser un fondo de color común a la colección a la que pertenece el libro y una foto. Compárese con cualquier libro norteamericano—. También supone un problema cuando hay imágenes flotantes, puesto que es un elemento difícil de ubicar. Algunos e-books han ido más allá para solventar este problema e incluyen hipervículos en palabras clave que te llevan a la imagen que describen. Aún así sigue siendo difícil comparar el texto con la imagen a la que se hace referencia.
B) Un libro bonito es algo interesante y es un objeto artístico en sí mismo. Pero la mayoría de los libros no suelen ser así. Ni siquiera las ediciones más caras de los bestsellers suelen llevar algo distintivo a parte de una cubierta impresa en cuatricromía que al quitarla, descubre una desnudez de la que el libro se sentiría avergonzado: tapa dura sí, pero forrada por una celulosa sintética no demasiado atractiva. Es decir, que estos libros-objetos-artísticos son en realidad poco comunes y están reservados, al menos en el mercado español, a los libros infantiles. Invito al lector a que se de un paseo por cualquier librería grande y compare las calidades y acabados de los libros para adultos con cualquier libro infantil. Salen ganando los niños de calle. Y esos libros no son mucho más caros que los libros para adultos.
A pesar de todos estos argumentos a favor y en contra, hay un dato objetivo que suele pasarse por alto y que por incomprensible que sea, es un gran avance humano: con el e-book se lee más. Porque no lees lo que tienes cerca físicamente. Puedes acceder a todos los libros en el momento que quieras (no cuando abra la biblioteca, no cuando lo compres, no cuando te lo devuelva el gañán que se lo llevó). El que no lo crea puede visitar mi cuenta de goodreads. Allí he colocado todos los libros que he leído (sólo por ocio) desde julio del año pasado. El Kindle lo compré en septiembre, y hasta ese momento había leído 6 libros, una media de menos de 3 al mes. Es cierto que uno era muy largo (2666), pero los que he leído después de comprar el Kindle tampoco han sido cortos. Desde entonces he leído 32 libros más, lo que suponen una media de casi 6 libros al mes. El doble, y sin tener en cuenta que entre mediados de noviembre y mediados de diciembre, y mediados de enero y mediados de febrero, me fue imposible leer nada.
En el caso de que el e-book provocara el fin del libro, nunca supondría también el fin de la lectura. Pero yo no soy tan pesimista con respecto al formato papel. Creo que las ediciones de lujo, con un gran acabado y un encuadernado atractivo, aún tienen utilidad práctica. Pero no hay necesidad de comprar libros de bolsillo que se deshacen en las manos o cuyo cometido es leerlos en el tren, en la calle, de viaje… Para eso es mejor un contenedor de almas.

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